Filosofía muscular
Antón siempre ha sido un muchachote grande y fuerte. Si tuviera que describir a este chico al que conozco desde algunos años, diría que es de templanza meridional: apasionado y moruno, con una innegable inclinación a enardecerse, a liarse la manta a la cabeza, a tirar al monte, a cortar por lo sano. Es una de esas psicologías bravas pero dolosas que tanto se dan en la Península: en su talante campechano y bienintencionado late una profunda bestialidad animal capaz de los peores instintos si llegara a despertar. Generalmente tranquilo e incluso propenso a la indiferencia, sin que sea mala gente, en un momento de cólera da la impresión de que podría ser capaz de la mayor de las barbaries, de la más terrible de las venganzas. De natural robusto y sano, su altura física le ha aposentado con los años la costumbre de considerar las cosas desde un punto de vista peculiar, aunque no necesariamente elevado.
Me gustaría compartir aquí algunas de sus ideas, ya que no carecen de cierto interés de coleccionista: en algún sentido son curiosidades. Y, además, sé que le hará ilusión aparecer por aquí.