El principio
disolvente
Debate. Diálogo. Discusión. Nuestra sociedad se ufana
de sus valores dialógicos y los encumbra como la sublimación última de su
sistema político: la democracia, la cual considera su mayor logro y última seña
de identidad. Sin embargo, en la práctica del debate público, las posiciones se
reafirman cada vez más opuestas, contrarias e irreconciliables. Cuando el
pensamiento se anquilosa en doctrina, el diálogo muere y se convierte en mera
construcción discursiva y, prevaricado por los profesionales de la política, al
fin tan sólo en soflama o anatema. Entonces predicar en el desierto equivale a
hablar con las paredes. Pero acaso lo más curioso sea que los tertulianos, los
políticos, los intelectuales, la gente en general, se crea de verdad toda esa
mierda en la que dicen creer. Esa seguridad en los propios valores, en la
propia visión, en las propias convicciones, esa confianza total en el propio
pensamiento y maneras de sentir, de vivir, de actuar, sin asomo de duda, sin
resquicio de humildad, todo eso es lo que nos asusta, lo que de verdad aterra,
a nosotros, los que no vemos nada en claro, los que confesamos estar más
confusos que nunca y que además pensamos que este asombro del cual no salimos
es la única manera de hallar una solución a la ofuscación generalizada. A
nosotros, que sólo sabemos que no sabemos nada. De ahí, este blog, que puede
ser entendido como un llamamiento a la duda, y casi como un llamamiento a la
nada. Nos declaramos enemigos de la convicción, y por si fuera poco, ni
siquiera os traemos soluciones, porque no las tenemos. Os traemos dudas: dudas
devastadoras, dudas que pretendemos que barran con los discursos y disuelvan
las seguridades, porque toda seguridad en algo no demostrado a priori es por
principio un error. Buscamos el principio, lejos de las grandes estructuras
discursivas, verdaderos acumuladores del error. Buscamos, como todos, nuestro
principio. Y tenemos un método. Bienvenidos al principio disolvente.
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