O de la necesidad de la ley
Mi amigo el anarquista sigue en sus trece. Poco a poco voy penetrando su manera de pensar, aunque a veces no deje de sorprenderme. En la última conversación, le presenté a un viejo conocido (llamémosle G.) que poco antes había encontrado casualmente cerca del lugar donde habíamos quedado. En ella, ambos esgrimimos contra él y sus insanas e ilusas teorías un argumento que creímos irrefutable y definitivo. A saber: sin leyes ni regulaciones, el ser humano no tendría razón alguna para frenar sus bajos instintos y la sociedad degeneraría rápidamente hacia un territorio de desorden, caos y atropello.
La sardónica sonrisa que cruzó el mentón de mi amigo anarquista fue seguramente el mejor preludio de la mutua y perpleja expresión de asombro que intercambiamos G. y yo al oír sus palabras:
- Y entonces, este mundo que nos rodea y se regula por leyes y en tan gran número, ¿es para vosotros un universo armoniosamente ordenado? Porque según mi lectura es justamente tal y como el panorama que me describís: un dechado y sucesión continua de desórdenes, desequilibrios, desigualdades, pasiones, bajos instintos, codicia, crímenes, injusticias, caos y atropellos.
- Y entonces, este mundo que nos rodea y se regula por leyes y en tan gran número, ¿es para vosotros un universo armoniosamente ordenado? Porque según mi lectura es justamente tal y como el panorama que me describís: un dechado y sucesión continua de desórdenes, desequilibrios, desigualdades, pasiones, bajos instintos, codicia, crímenes, injusticias, caos y atropellos.
Ciertamente, y a juzgar por la situación del mundo actual y la historia de la humanidad en general, en que no ha habido un solo siglo sin mayor dosis de desmanes, masacres y tiranía que de orden, paz, trabajo y justicia, hubimos de asentir, y reconocer que a pesar de la variedad y el número de estrictas leyes existente en todas las épocas históricas conocidas, la sociedad humana no podía ser descrita como una composición virtuosa, ordenada, armoniosa, justa y equitativa.
De ello se deduce en definitiva, según el anarquista, que o bien la ley es innecesaria, pues si su ausencia lleva irremediablemente al caos, nuestro mundo actual demuestra que su presencia surte el mismo efecto, o bien es contraproducente, ya que al no haber jamás existido una sociedad sin leyes, no se ha podido probar que dicha ausencia lleve al caos, a diferencia de la prueba irrefutable de lo contrario, que se halla precisamente en los evidentes efectos de su presencia en nuestro mundo actual.
Pues si tendrá razón y todo el puñetero. Qué le vamos a hacer.
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