24 nov 2012

Casi idéntico

Sin consigna

 

Una de las cosas más molestas de las campañas electorales es toda la propaganda que te llega a casa. Cada vez que veo todo ese papel plastificado, se me encoje un poco el alma al pensar en los nobles árboles cuyo triste destino ha sido el de acabar siendo vil soporte de todas esas pamplinas, medias verdades, sucios arrumacos interesados y tristes promesas que jamás se cumplirán y que suelen conformar los programas de los partidos en campaña.
 
Nunca he entendido qué gracia puede tener el que un desconocido me pida por correo apoyo político para no se sabe exactamente qué, sin compromiso real alguno por su parte. Pensándolo bien, nunca he entendido en virtud de qué buena lógica debería apoyar las aspiraciones políticas de nadie. Se supone que la verdadera democracia es justamente lo contrario: mantener el control ciudadano sobre el equilibrio de poderes. 

Sin embargo, es posible que lo más curioso sea que, no sabiendo yo ni el nombre de los candidatos, ellos me interpelen por el mío. No recuerdo haber cedido mis datos personales para tal fin.

Por el contrario, lo más divertido es analizar los lemas y consignas de cada uno de los partidos; suelen estar bien encontrados desde el punto de vista propagandístico, pero en ningún caso puede decirse que sean demasiado concretos. Este año, de todo el abanico de posibilidades con que nuestros estimados candidatos nos han regalado vista y oídos en carteles y soflamas, el que más me interesa para este artículo es sin duda el de un partido de ámbito nacional que ha escogido el de "España sí. Catalunya también".

Es casi idéntico al que habría utilizado yo, de presentarme al estimulante concurso electoral. Con una pequeña y simple diferencia. Mi identificación con el susodicho lema sería completa si se operase la siguiente sustitución nimia e insignificante: "España no. Catalunya tampoco." La palabra "no" siempre me ha gustado. Mucho.

Contaba George Orwell que las mejores noches para el soldado de a pie que tiene que pasar las horas de frío, chinches, sueño y aburrimiento en la trinchera son aquellas en que no hay consigna, ya que esto significa calma en el frente y una disciplina más relajada. 

Aunque en ocasiones no lo parezca, valoro en grado sumo la paz. Y detesto la guerra, sobre todo cuando ninguno de los contendientes, (aunque como en este caso tan sólo se peleen de forma casi vergonzante, como colegiales adolescentes en el patio de recreo, por unas cajitas llamadas urnas), merece la distinción de mi confianza ni da muestra alguna de honor ni valor personal. 

El lema que se me ha ocurrido es lo más parecido que he podido hallar a una noche sin consigna: me gustan las noches tranquilas, con un sueño descansado. Frente a guerras absurdas, más vale la paz; los hombres cabales no deberían someterse a banderas, jerarquías ni órdenes vergonzantes que los enfrenten, y no hay campo o batalla que valgan a los que deban arrastrarnos contra nuestra voluntad. Quizás me gustara ser un magnífico general, por eso del rocín, la espada y las charreteras, pero reconozco que sería un fatal soldado, y mañana es muy posible que no esté en mi puesto, en el consabido colegio electoral, desfilando ante las autoridades de turno con mi voto en la mano.

Nunca se me ha dado bien obedecer órdenes ajenas y someterme a algo que no fuera mi propio criterio, y pienso que la más grande de las naciones no merece el sacrificio de la más insignificante de las vidas humanas. Vaya esto por delante para España y Catalunya por igual. Y cuando digo sacrificio no me refiero a muertes: me refiero a pensamientos perdidos, energía dedicada, tiempo malgastado, vidas consumidas en proyectos políticos abstractos que no tienen nada que ver con la verdadera naturaleza y realidad del propio ser.

Yo de momento, esta noche, me quedaré tranquilo -en mi propia trinchera, con mi propia bandera, librando mis propias batallas y con mis propias chinches.  Tengo muchas buenas razones para ello, pero más que nada es que así a simple vista, en las trincheras de los otros parece haber muchos más de estos molestos parásitos. 

Las chinches tienen eso: siempre son malos compañeros de viaje, no se puede dormir tranquilo en su compañía, te hacen la vida imposible y además es muy difícil deshacerse de ellas. Sólo que normalmente no tienen la osadía de encima llamar a tu puerta para  pedirte el voto.



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