24 feb 2013

El fracaso de las religiones

El punto de vista del Dr. Garcés


Nunca antes la Tierra había estado tan poblada, tantos seres humanos habían sido concebidos simultáneamente  por segundo, ni tantas personas habían pululado sobre su superficie como en la actualidad. Esta premisa es cierta para cada momento que pasa, puesto que en cada momento la población -la humana, ya que desgraciadamente no se puede decir lo mismo de otras especies- de la Tierra es mayor que en el anterior, debido a que ésta crece exponencialmente. Esto significa que jamás con anterioridad a nuestra época y este momento en que leéis estas líneas, tantas vidas humanas se abocaron a la vez hacia la muerte, su natural aunque no por ello menos funesto sentido.

Nunca antes, por tanto, la masacre universal de la raza humana había sido tan extensa, tan global y plena en términos absolutos como ahora mismo: nunca con anterioridad un número mayor de seres humanos habían sufrido al unísono las dificultades de la vida, y ello nos permitiría sostener con razonables ambagues de verosimilitud que de alguna manera, en términos poéticos, nunca el llanto común de la humanidad habría sido tan terrible y demoledor -aunque sólo sea en base a parámetros cuantitativos.

No es que tenga un mal día: de hecho, estos pensamientos no son míos, sino del Dr. Garcés, a quien conocí hace poco por una mutua amistad de la escuela de Arquitectura de Barcelona. 

El Dr. Garcés es un tipo peculiar: físico de formación, se dedica a la enseñanza de asiganturas que tienen que ver con la historia de la ciencia y la epistemolgía y el razonamiento científicos.  Sin embargo, esto no le impide ser de un natural inquieto y plantearse las grandes cuestiones de la existencia. Naturalmente, lo hace a su modo de científico, y estas dos características pienso que lo hacen digno de aparecer por aquí.

Volvamos a la tragedia: Para el Dr Garcés el panorama anterior demostraría el fracaso de la Religión. 

"La Religión", para el Dr. Garcés, no es una categoría unívoca cuya acepción sea la "religión cristina", sino que es una identidad que define un conjunto de acepciones que cumplan la condición de ser condicionadas formal y convencionalmente como religiones. Por tanto, cuando el Dr.  Garcés dice "La Religión", se refiere a "las religiones del mundo", a todas y cada una de ellas por igual.

Para el Dr. Garcés, toda religión es el producto de una confrontación básica entre la naturaleza inquisitiva del ser humano y el hecho irrevocable de su futura, acaso lejana, pero cierta defunción. El hecho que caracteriza a la religión, por tanto, según la definición del Dr. Garcés, es el intento de dotar de sentido al irrevocable fin de la vida de cada uno, y mediante esta operación conceptual, dotar de sentido también a la vida misma, cuyo valor parece entrar en crisis en el momento en que debe acabar en algún momento. 

Como el territorio más allá de la muerte, si es que existe, nos es desconocido, para la religión y de hecho, para cualquiera que quiera hablar sobre ello- es relativamente fácil construir teorías, justificar puntos de vista y generar dogmas. Como todo este material ideático no es comprobable, toda propuesta en este sentido queda en suspenso hasta que pueda ser finalmente rebatida (o comprobada), y en esta situación es cada persona la que debe decidir convertirse en creyente o no -aunque no se pueda aducir una causa rcional para la primera de las decisiones.

La vida, sin embargo, presenta un mayor problema para la religión, ya que conforma un terreno que sí es experimentable -y cómo- y comprobable, el cual presenta suficiente solvencia como para ser objeto de disquisiciones ante cuyas críticas la religión debe probar su solidez. 

Más allá de esta característica objetivable de la vida, ésta presenta un problema de mayor enjundia: si la muerte es, en efecto, universalmente problemática, también es cierto por el contrario que para aquel que se le plantea dicho problema éste deja de tener sentido, por la simple razón de que ya está muerto -o se muere. De manera que, en términos prácticos, la muerte no es sino un problema ilusorio. O al menos, desde el pensamiento racionalista del Dr. Garcés.

Por el contrario, la vida presenta el problema del dolor, y éste sí es en efecto un problema real. De hecho, es el gran ítem al cual las religiones deben también dar respuesta, intentando construir idearios que permitan entender el por qué de la existencia del dolor -este dolor "terrible y demoledor", según la sensibilidad moral de Garcés, de la humanidad, que parcialmente es causado por la certeza de la mortalidad, pero que no responde únicamente a esta razón. 

No es tarea fácil, la de dar respuesta y explicación a la incomprensible necesidad de la existencia del dolor y la tragedia humanas desde la noción de una creación producto de una acción divina. Las respuestas de las distintas religiones han sido diversas y muy variadas, pero lo que al Dr. Garcés interesa es el carácter obvio de que dicha respuesta no se ha hallado, una afirmación que sostiene en base a que la humanidad sigue experimentando el dolor y la muerte de una forma convulsa, personal y absoluta. Para el Dr. Garcés, por tanto, la Religión toda religión- representa un rotundo fracaso en la medida en que su empresa y cometido no es más que dar respuesta al sentido de la muerte y el dolor de la existencia. 

Ello sería obvio, primeramente, por el hecho de que, puesto que comprender es dominar, haber hallado una respuesta significaría poder remediar la incertidumbre ante la muerte y el sufirmiento ante el dolor -y para el Dr. Garcés, por supuesto, existe una diferencia objetiva entre "remediar"  y simplemente "paliar". Seía obvio, en todo caso, porque aún hoy en día no hay ser humano que -según el Dr. Garcés- no siga clamando, con los brazos al cielo, sus por qués desgarrados, planteándoselos a un universo sordo que, por supuesto, lo desaira en cierto modo en todo momento. Aquí el Dr. Garcés abandona su talante científico y utiliza términos vitales subjetivos como "angustia", "desolación", "feroz encarnizamiento" etc...

Vuelto a su habitual calma científica, para el Dr. Garcés el problema no radica claramente en el universo, sino en el hecho de que se le planteen preguntas sin sentido. En efecto, hay preguntas que por sí mismas ya son hijas de un error de concepción inicial y en ese caso ninguna respuesta puede ser correcta excepto aquella que evidencie tal error. Por tanto, inquirir sobre el sentido de las enfermedades, la muerte, el dolor, las injusticias, la podredumbre de los cuerpos y la terrible condena de lo efímero sobre el ser humano con tal de hallarles un sentido puede bien ser un noble cometido, pero no deja de ser necesariamente infructuoso en el momento en que se plantea en los términos incorrectos, asumiendo a priori y sin ningún indicio para dicha actitud -no ya una prueba fehaciente- de que de hecho existe un sentido, descartando la hipótesis contraria sin un argumento poderoso para ello.

Así, el Dr. Garcés indica que, al asumir temerariamente que existe un sentido para todo ello, el problema que se le plantea por tanto a las religiones es la de confrontar la evidencia del dolor y lo trágico de la existencia humana con la necesidad de hallarles dicho sentido. Es entonces cuando, puesto que ningún sentido humano parece razonable, ni siquiera posible, se remite dicho sentido a un concepto nuevo que es el de la divinidad. Por tanto, en realidad, la clave para el sentido de la tragedia humana se halla en los dioses.

En estos términos, para el Dr. Garcés existen así dos situaciones posibles:

Primera: la divinidad realmente existe, pero tras tras siglos de desolación, dolor y muerte universales, un camino para cuya condena no hay razonablemente culpa posible, no queda otro remedio que inferir que dicha divinidad, en cuanto que tal, ha establecido, pudiendo hacerlo de otra forma -ya que es la divinidad reguladora del universo y las leyes que lo ordenan y conforman en su realidad actual-, que las cosas se conformen y ordenen en esta manera tan terrible y desoladora.  Por tanto, una vez más, no queda otro remedio que inferir que no puede tener otra que una naturaleza injusta, terrible e inhumana, y por tanto  culpable - al menos, en un sentido humano. Una situación que  demostraría que la muerte y el dolor, en realidad, no tienen sentido alguno, ya que una divinidad culpable invalida todo sentido referido a dicha divinidad con relación a su propia obra.

Segunda: La divinidad tiene por contra una excusa para esta situación; sin embargo, razonablemente, puesto que la divinidad regula y conforma el mundo, y tiene capacidad -en cuanto que divinidad- para remediar el dolor universal, en este caso, si no lo hace, la única excusa posible, que la redimiría de su culpabilidad manifiesta, -por omisión de socorro- es que la divinidad no existiera.

Para el Dr. Garcés, por tanto, el planteamiento inicial de las religiones lleva, en términos racionales, a la doble posible conclusión del sinsentido del universo -creado por una divinidad ciega e injusta- o a la inexistencia de la divinidad, lo cual deja también sin sentido al universo, si éste se concibe como algo referido al concepto de divinidad, tal y como proponen las religiones. Lo cual, en definitiva, significa, que en la religión, inevitablemente, y en virtud a los planteamientos desde los cuales ella misma se determina a operar, lógicamente se llega a la conclusión de que el dolor y la muerte no tienen sentido.

Como el cometido de la religión es precisamente dar sentido al dolor y la muerte, para el Dr. Garcés esta situación enteléquica demuestra el rotundo fracaso de las religiones. Un facaso tan rotundo por cuanto nunca antes tantos seres humanos habían sufido y muerto a la vez simultáneamente -sin que la religión haya podido ayudarles con la ayuda de un sentido objetivable.

Aquí el Dr Garcés sonríe para sí mismo, y creo que piensa en todos los logros de la ciencia, que no pretender dar una ambiciosa respuesta al sentido de la humanidad, pero sí que le han hecho la vida más fácil, llevadera y feliz.



 

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