7 abr 2013

Antón no quiere irse

O el largo eco de los fusiles

 

Hace poco hablé de Antón. Indignado, la última vez que nos vimos me acusó de interpretar de forma hiperbólica sus palabras e ideas y aún de añadir elementos de mi propia cosecha para dar un carácter trágico al post que lo hiciera algo más interesante.

Tuve que prometerle que le resarciría, con un nuevo post, donde describiría fielmente su ideario. Es lo que tiene no hacer deporte: de repente la musculatura del tipo con el que discutes resulta ser mejor que cualquiera de tus argumentos. Lecciones de la vida: sólo los más fuertes sobreviven. Así que si no eres el más fuerte, más vale que te adaptes a él. En eso estoy justamente ahora.
 
Antón me sugirió amablemente el tema para este post: él no quiere irse. De España, se entiende. A pesar de la crisis económica, a pesar del incierto y no muy halagüeño futuro que parece aguardarle. A pesar de todo. A pesar de los pesares. Y debe reconocer que sus peculiares razones no están exentas de cierta lógica.

En el post anterior intenté describir la enfermiza noción que tiene mi amigo sobre la naturaleza del concepto de Traición. Bien, pues éste no sólo lo aplica en clave filosófico política, sino que también extiende sus consecuencias a un a modo de conciencia histórica del cual hace gala.

Antón es en este sentido una naturaleza hipersensible: él considera que en este país ha vivido y sufrido mucha gente durante siglos para hacer de él lo que es ahora. Sus muertes y constante miseria, sus esfuerzos sobrehumanos y su llanto incesante resuenan para Antón recordándole que no está solo: una masa de seres humanos pertenecientes al pasado lo contemplan y le ofrecen el fruto de un común y titánico quebranto: el presente que él disfruta y también sufre ahora; a la vez, una ingente cantidad de personas no natas lo miran y le imploran desde el futuro que cumpla con su parte de la gran marcha, que sea digno de su deber y les proporcione un legado digno de ellos: el futuro. Vistas así las cosas, Antón carga con una terrible responsabilidad. Cuando se humilla, humilla consigo a todos sus antepasados y a todos sus descendientes por igual. 

La noción exacerbada de la solidaridad humana que hacía de la idea nacional un concepto total en la filosofía de Antón se extiende así para colonizar épocas pasadas y futuras. Para Antón, los deberes para con la sociedad y la humanidad no se detienen en el presente: lo rebasan, vinculándolo así al pasado y al futuro. Antón no sólo se siente obligado a honrar los vínculos sociales para con los que le rodean actualmente, sus conciudadanos, sino que también debe cuidar de honrar los ligámenes que lo asocian indefectiblemente a todos los miembros de la raza humana pasada y futura, puesto que han contribuido o contribuirán a sus construcción, a su gran marcha y a su progreso y consumación definitiva.

Antón, a estas alturas del discurso, se ha enardecido claramente. Me increpa, como si fuera yo el enemigo, gritándome que sus abuelos lucharon en la guerra, sin decirme en qué bando, y que su familia ha pasado muchas miserias labrando este país. Cuando dice su familia, intuyo que se refiere a su pueblo. Y que él no tiene derecho a traicionar toda esta labor, a romper con este esfuerzo que es superior a su ínfima y mera existencia individual y condenar al fracaso la gran gesta a la cual pertenece de forma inefable. Antón no tiene derecho a emigrar. 

Debe quedarse y cumplir con su deber: debe recoger el testigo y seguir forjando la realidad, dándole forma y sentido, sea cual sea, tal y como se ha hecho hasta ahora, tal y como se continuará haciendo después de él, aquí, en esta tierra somera y hermosa en que se dirime el destino del proyecto al cual siente pertencer. 

En éstas calla, sombrío, y su mirada tiene una decisión tal, que no sé si me da algo parecido al miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Eres responsable de tus palabras: mídelas bien.